PRIMER CLASIFICADO

METRO SIN MEDIDAS

Hacía mucho tiempo que no me subía en un vagón y contemplé con profunda decepción que no había rastro de magia alguna. El aire que cubría los espacios entre los pasajeros era árido, ausente de creatividad, teñido de una banalidad insulsa que me dejó un enorme vacío.

Me mimeticé con automatismo cual figura atrapada en esa escena cotidiana, colocándome con los brazos en alto y la mirada esquiva.

Al pasar por un túnel, contemple atónita que mi cara era la única que no permanecía iluminada, las facciones de los pasajeros quedaban perfiladas por el reflejo de las pantallas de los móviles. Esa luz propia que brillaba cargada de información, reclamando atención, exigiendo actualizaciones, sedienta de nuevos momentos o de crear prototipos de recuerdos.

Y entonces cuando el calor me agobiaba, cuando los espacios empezaban a reducirse con nuevos transeúntes, le vi. Había perdido la esperanza de encontrar a alguno de aquellos seres.

En una esquina, relamiéndose las patas con la lengua, absolutamente ajeno al trajín del metro, entornaba sus ojos amarillos con aquellos dientes como teclas de piano viejo.

La escena maravillosa desapareció de inmediato absorbida por los lomos del libro, cuando el pasajero que había imaginado aquel ser terminó de leer al llegar su parada.

Yo sabía que no vería muchas más criaturas como aquella, que estaban a punto de extinguirse, que Alicia en el País de las Maravillas ni ningún otro libro, serían el compañero de viaje de aquel bullicio. Pero estaba convencida de que la gente lo necesitaba. Esa sociedad acelerada, que asumía conocer las vidas extrañas a partir de fotos fingidas, necesitaba leer.

Celia Martínez Vázquez

SEGUNDO CLASIFICADO

ANATOMÍA DE UN VIAJE EN SUBURBANO

Comprobó que la máquina del tiempo había funcionado cuando se tocó con un monstruoso armazón de cristal en medio de la Puerta del Sol. Desde luego, por el extraño apellido anexo al nombre de la estación de METRO, no podía seguir en 1934.

“Increíble”, masculló. Todo a su alrededor estaba completamente transformado. Inició su aventura atravesando la boca de entrada, descubriendo en el interior un laberinto de túneles interconectados donde una muchedumbre gritona hacía por no perderse. Busco desesperado a un taquillero para pedir indicaciones, pero resultó que había sido sustituido por un aparato expendedor de tarjetas rojas. Escondido detrás de una cabina fotográfica, espero a que el hombre de chaqueta fosforescente se marchara para cruzar de un salto la barrera de tornos metálicos. Con las piernas temblorosas, utilizó las escaleras que aparecían y desaparecían en un traqueteo hipnótico por el suelo, llegando finalmente a un andén muy distinto al de sus recuerdos. Las bóvedas estaban cubiertas de enormes anuncios publicitarios, mapas ilegibles repletos de trazos de colores y rostros serios que miraban al frente meditabundos.

El eco resonante de un motor abordó sus oídos. Solas se abrieron las puertas. Alucinado, se precipito en el vagón asiéndose con fuerza a una de las barras que colgaban como lianas verticalmente del techo. Después, siguiendo un movimiento serpenteante, recorrió metros y metros de un túnel infinito, fascinado y a la vez decepcionado. Aquello no estaba como él lo había dejado.

¿Se volvieron locos? – dijo proyectando alto la voz para que todos le escuchasen -. ¿Qué hicieron con el metro en el que yo viajaba? Lo llenaron de luces y automatismos. Corre tanto que asusta. Y miren sus caras, atrapadas en esos chismes que manejan. Les devoró el progreso y ahora no saben salir de su estómago. ¿No lo ven? Deberían rebelarse contra aquellos que diseñaron su futuro renegando de las raíces pasadas.

Mientras frenaba el tren una chica se levantó de su asiento. Con una sonrisa, depositó en su mano una moneda acuñada con la cara de un rey, abandonándole en la línea del tiempo y en la parada del futuro.

Mario García de Blas

TERCER CLASIFICADO

EL FANTASMA DE “L2 ÓPERA”

– ¿Serán cabrones?

Exclama Gastón erguido, bien plantado (pues ¡menuda planta tiene el chorbo! Tan alto, tan galano) delante de un cartelón sobre el 100 aniversario del Metro de Madrid.

– ¿Serán cabrones?

Piensa la autora esperando que el virginal documento en blanco se escriba solo al tiempo que relee las bases de la convocatoria del concurso de relatos breves Raimundo Alonso que, otro año más, aparece en su agenda tarde, muy tarde. Será hoy, 29 de noviembre.

Gastón se emboza bajo su raída capa y asciende despacio por la escalera situada a su derecha como todos los días desde hace ya ¿cuántos?

Tras ese primer tramo una puerta metálica herrumbrosa bloquea su camino. Se acerca a ella, la golpea con la contera de su bastón y grita su monocorde letanía: – ¿hay alguien ahí? Hoooooola…

La autora se sube el cuello de la chaqueta del chándal. No tiene calefacción. Amaga una especie de sonrisa y empieza a teclear con 8 dedos (los meñiques insolidarios se abstienen altivos).

Ni el eco contesta a los requerimientos de Gastón pese a los ruidos de máquinas y obreros. Vuelve sobre sus pasos alterando esta vez su rutina y se sienta, con esfuerzo artrítico, en el penúltimo escalón. Saca del bolsillo interior de su levita un amarillo recorte del ABC YZ y lee en alta voz: “Notable y galardonado personaje desaparece tras protagonizar un desafortunado episodio con Christinne Cifuentes, válida valida del comendador. Abandonadas ya las labores de búsqueda”.

La mejilla derecha apoyada sobre el puño, interrogantes sus cejas sin depilar, la autora se pregunta cuan grave va a ser el incidente, tendrá componente sexual o es un riesgo demasiado grande para asumir en ese momento #cuéntalo. Repiquetea arrítmicamente su pie derecho.

EsperanzaAg, su gata, la observa altanera.

Aunque los hombros de Gastón han descendido visiblemente, de sus ojos se escapa una pícara y misteriosa mueca de triunfo y recuerda aquella soberbia melena rubia.

La autora ojiplática mira como sus manos torpes se han rendido al teclado donde se está escribiendo: ¿Olvidaste que Gastón no es el nombre del fantasma sino el de su autor?

Virginia Doblado

CUARTO CLASIFICADO

SIN TÍTULO

Franquistas con la cara lavada, prescindiendo del maquillaje que les ha aderezado las últimas décadas, retrepados a docenas en los escaños del Congreso. El cadáver del dictador a hombros y por los cielos de Madrid: el de Carrero fue un vuelo más corto, pero más alegre, por más útil, por más tiempo. El dueño de la papelería del barrio luciendo pulsera de VOX. Fascismo en el desayuno. A porta gayola.

En Metrosur, a su paso entre Getafe y Leganés, hay un pico de cobertura. En ese momento, en la estación de El Bercial, el tren discurre tan cerca de la superficie que el blanco artificial de los fluorescentes no hace si no enturbiar la luz del sol que, polizona, baja deslizándose por las escaleras mecánicas. Como cada tarde, comparto viaje con chavalas recién salidas de colegios e institutos que se dirigen a sus actividades extraescolares de marras, las cuales en ocasiones les obligan a desplazarse dos o tres paradas, cruzando sin querer al pueblo de al lado. Uniformes, mochilas atiborradas, kimonos y risas a todo volumen vivifican los vagones eternamente medio vacíos de la línea doce. En ese momento los móviles se nos excitan con la llegada de los mensajes y las historias de Instagram acumulados en diez o quince minutos. Una llamada entra a uno de ellos. El chaval que va sentado enfrente de mí, detiene la conversación que mantenía con otros dos compañeros para empezar a rebuscar en su bolsa de deporte. Los tres van equipados con los atuendos del mismo equipo de futbol. Desde el asiento, sus diez u once años apenas les permite rozar el suelo con los pies. Demasiado lento. El tren comienza a acelerar, abandona la estación y entra en el túnel, interrumpiendo la conexión y con ella el esperpento que el cara al sol desparramaba a través del altavoz.

Han vuelto. Nunca se fueron. Y aparecen con la nueva crisis de siempre recién sacada del horno, puesta ya a enfriar en el alfeizar de una ventana yankee. Pasaron una vez. Atentas. Que no lo logren nunca más.

José Andrés Candelas

QUINTO CLASIFICADO

PRÓXIMA ESTACIÓN… ESPERANZA…

Sentada en el vagón, tambaleante, mi labio se acalla con el balanceo del tren. Una luz traspasaba por la ventana adormeciendo mi mirada. En un estado de paz atómica, nada propia, viajaba al país de mis putos motivos.

Hacia un lado y otro podía observar un abismo entreabierto, serpenteante, moviéndose al son de mi respiración, al ritmo de vapor, viaje a ninguna parte.

Sentía una brisa ausente de aire, ese momento presente sin mañana, donde nada tiene más importancia que estar sujetos a esa observación divina y humana que me permitía despertar, reinando mi reino, para otros, perdido.

Mamá, con su soplido sentenciador, hizo que dejara pasar mi primer tranvía, despertando mi sonrisa. Con una voluntad inagotable, de su mano, montado en su lomo, fui diáspora de mi propio devenir en cada vaguada lanzada.

Allí sentada, reflectada en el cristal, podía escuchar “el tren nos separa”, andino mantra que dos peruanos me brindan con un esbozo. Bailando con agradecimiento tolteca, olores africanos, pies ecuatorianos, iris marroquíes, venas rumanas, cuerpos de aquí y allá, formas oníricas que moldeaban almas dormidas llenas de vida, de sueños, fracasos, sabidurías y aventuras me estaban rodeando. Colores y olores en las profundas miradas.

Siempre me había gustado observar, quizás por otorgar clemencia a mi desesperada curiosidad, hoy daba la oportunidad de verla caminar por el plural globo, atravesando lo humano, destrozando fronteras y límites.

Allí, en ese tren de la esperanza, observando sus demencias, corduras, pasiones, tristezas y las vidas que habían dejado atrás. Ampliando la mirada, esa que castran en la escuela, reprogramaba valores, empatías y creencias. Abrazando ese hogar de úvula sobre raíles.

En un mundo exterior donde no encajamos, aquí abajo íbamos todos descalzos, detrás de la normalidad.

En esa ciudad subterránea nos encontrábamos todos, determinando nuestros viajes, en un dragón que, como decía aquella chica de la sonrisa interminable… volaba…

El laberinto Augusteo celebraba mil doscientas lunas de su proeza y yo leía historias grabadas en las concavidades de su piel para, por fin, volver a escribir…

Nuria García Espi

PRIMER ACCÉSIT

MUSAS, HABERLAS HAYLAS

¿Qué, hoy tampoco te pones? ¡Pues llega el día! Y tú ahí, ¡hala, como si nada! Otro año en blanco. ¡Con lo bien que nos vendría el dinero para los regalos de navidad!

Joder, ¿qué pasa? ¿No aparecen las musas? ¡Pues llámalas! Ah, claro, que estas de bajón. Excusas. ¡Ponte ya…! ¡Ay, si yo tuviera tu talento!

¿No viajas en metro, o qué? ¿No te cuenta tu amigo el metrero lo qué pasa? ¿No te habla de la falta de personal, de la mierda de escaleras mecánicas siempre rotas, del amianto que nos envenena? Como tienen que estar las cosas… ¡Si hasta sale en las noticias!

O, ¿acaso no sufres su olor, su calor enfermizo? Bueno, como no vas por La 1, igual no sabes de lo que hablo, pero daría, más que para 300 míseras palabras, para escribir un manual en prevención de riesgos.

Venga anda, ponte a ello y ¡escucha! Nada de suicidios ni de empalagosos enamoramientos de esos de “busco todos los días en el vagón el cruce con su mirada”, ¡puaj, vomitivo! Y no te olvides del humor, ¡eso siempre gusta! ¡Acuérdate el año pasado!

¡Ya sé! Que te parece lo del andén atestado en Nuevos Ministerios y como aquel día casi ocurre lo que muchas mañanas temes y ese leve empujón, por poco, no te manda a la vía. ¿Y lo del cansino que aporrea el acordeón? O lo del mago tan majo de los fines de semana en La 6 al que nadie hace caso. O, ¡mejor! ¡El que canta como el Silvio Rodríguez! Jolín, a mi ese me toca la fibra.

¡Vale, si… soy muy brasa! Tanto ¡que hasta espanto a tus musas! Pero, ¡escucha…!

¡U-TI-LÍ-ZA-ME! ¡Ponme de prota! Conoces sabrosas historias, ¡elige, son tuyas!

¡Mira, tu verás…! ¡Cuenta lo que te dé la gana, escribe lo que quieras! ¡Pero… ESCRIBE!

Elena Diego-Madrazo Zarzosa

SEGUNDO ACCÉSIT

LA CHICA DE LA ESQUINA NOTO QUE VA A SER BAILARINA

Entra el tipo al vagón con un micro y una radio y se presenta a los pasajeros como artista latino de rap. Es impetuoso y simpático e insiste en que no nos rasquemos el bolsillo solo por caridad.

Durante el trayecto que va de Oporto a Príncipe Pío, el juglar dispara sus rimas a los caballeros de chaqueta de cuero y a las lectoras que con su novela pasan las horas y, a pesar de su desinterés, pide entre verso y verso una moneda para estos tiempos adversos. Le reconozco la gracia, la agilidad mental y, si quieren, el talento, que hay que tenerlo para improvisar las urgentes consonancias que le van inspirando las musas del “veo, veo”. Que ojo para hilar la carpeta de un muchacho con la chica tan inquieta que ha sacado al perro de su caseta y que mano para trenzar la estación de Carpetana con esa ciudadana que viste camiseta colombiana.

Llega el fin a mi zona y aguardo sonriente y con la mano en la cartera su dedicatoria, que aplaza, primero, para cantar a una morena, luego a una rubia y más tarde a un señor con traje que teclea en el móvil un mensaje. Cuando ya parece que me mira, escudriñando en su archivo neuronal una rima para mis zapatos – ¿grandes como ruedas de carromatos? – o para mi mochila – ¿que ya no se estila? -, el vate, mudo, yermo, malogrado, se da la vuelta y repara en una niña sentada con su madre en una fila de cuatro asientos: “la chica de la esquina noto que va a ser bailarina”, le canta con una sonrisa.

¿Y yo qué? ¿Qué voy a ser yo, brother?

El rapero guarda un as en la manga para todos los pasajeros menos para mí, que debo de ser invisible y no merezco ni un vano retruécano, ni un ripio hediondo; y, cuando me bajo en Príncipe Pío, solo deseo que un vigilante lo pille y lo astille.

Que lo eche a la calle.

Que lo avasalle.

Alberto de Frutos Dávalos

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