PROLOGO.
“Para dejar de ser esclavo hay que trabajar”.
Lucio Urtubia.
Entrevista en Radio Klara.

El presente texto intenta desarrollar un esfuerzo centrado en el análisis de las modificaciones que se pretenden imponer en el nombre del neoliberalismo, en los sistemas públicos de Seguridad Social y desempleo.

Su finalidad última no es la de servir de vehículo de lucimiento intelectual, ni la de establecer sesudos debates aptos sólo para académicos elitistas. Hemos intentado ser específicos y comprensibles, tratando de hacer accesible al conjunto de los trabajadores y trabajadoras una problemática que, ciertamente, les afecta y les va a afectar en un futuro de una forma directa.

La pretensión didáctica del texto, por tanto, debería ser su principal apuesta. Sin embargo, resulta claro que algunas veces, arrastrados por la profundidad de lo debatido, nos habremos vuelto demasiado teóricos. Hemos intentado hacerlo lo mejor posible, dentro de la medida de nuestras fuerzas.

En todo caso, hemos de hacer un apunte previo: si queremos modificar o revertir los procesos sociales indicados en el texto no podemos menos que aplicar nuestras fuerzas y nuestra productividad en esa dirección. Nada cambiará solo. El auge del neoliberalismo y la dictadura del Capital han conseguido establecer una enorme “masa crítica” de propaganda, desinformación, pseudo-hedonismo e indiferencia que han vuelto al común de los mortales, en Occidente, absolutamente inhábil para defender sus propios derechos. Un océano de conformismo parece hacer naufragar toda opción colectiva de tratar de transformar las cosas o, al menos, de que las mismas no se desboquen absolutamente en la dirección de una insolidaridad social extrema.

La crisis en que nos encontramos, por sí sola, no puede revertir una situación semejante. Su destino puede ser, tanto despertar las conciencias como aletargarlas aún más, sepultadas en un marasmo estúpido de odio al diferente y culpabilización del cabeza de turco. Frente a la crisis, la opción de actuar con la postura del ciclista (bajar la cabeza frente al que se tiene por encima y pedalear sobre el que está por debajo) será potenciada y publicitada por los diáconos de la religión del beneficio privado. Toda la culpa será de los débiles, por su debilidad. Y, desde luego, el sistema público de solidaridad de la Seguridad Social será imputado de insolvencia en razón de dicha culpa de los débiles, los viejos y los enfermos. Ya hemos visto señales de ello en la reciente campaña electoral, donde el partido de la oposición ha probado fortuna en culpabilizar a los inmigrantes de la crisis del Estado de Bienestar. Una crisis que, como veremos, tiene a otros personajes e intereses en el centro de su génesis. Así pues, sólo una toma de conciencia real por parte de la ciudadanía de que son sus derechos lo que está en juego en este envite es absolutamente necesaria. Pero no basta sólo con la conciencia. Hemos aprendido, en los últimos decenios, a realizar una extraña operación mental en nuestras cabezas: la escisión entre lo pensado y lo hecho, la
separación abismal entre conciencia y acto. Cuentan que en la selva Lacandona, en los Altos de Chiapas, los indígenas cuando proponen a la asamblea realizar una mesa, lo hacen con el martillo, los clavos y un tablón en la mano. No es así como se hacen las cosas en el Occidente “civilizado”.

Acostumbrado a un discurso florido mezclado con la pasividad del buen consumidor, el ciudadano occidental tiende a pensar que la política, la educación o el sindicalismo no son otra cosa que servicios a consumir. Servicios como la hostelería o la peluquería. Uno se sienta en la mesa del restaurante y espera a que le sirvan.

Entremedias puede protestar porque el plato de sopa está frío o porque el camarero no hace bien su trabajo. Lo que nadie espera es que uno se ponga a cocinar.

Y, sin embargo, la educación, el sindicalismo o la política (no la de los partidos, claro, sino la de los movimientos sociales), son asuntos de ponerse a cocinar. De ponerse manos a la obra. En vano esperan ciertos aletargados alumnos que los docentes podamos explicarles la regulación de la modificación sustancial de las condiciones de trabajo en el Estatuto de los Trabajadores con la misma amenidad inane y frívola del programa de corazón de la sobremesa. Aprender implica un trabajo propio sobre uno mismo. Un trabajo que, en definitiva, no puede realizar el profesor. El Derecho del Trabajo puede ser interesante, apasionante… sólo si uno se implica directamente, activamente, con él. Lo que no puede ser es un entretenimiento suave dirigido por un animador poco exigente, ante el que se pueda permanecer en una indiferencia y pasividad absolutas, dejándose acariciar.

Y lo mismo sucede con el sindicalismo o con la transformación de la sociedad.

No sólo implica la toma de conciencia sino el compromiso vital con la misma, horas de arduo trabajo, aburridas sino fuera por la pasión que rige la actividad de quien ha decidido ser el dueño de su propio destino.

Así que la conciencia no basta sino que es necesaria la acción. La acción orientada a un fin. ¿Debería pronunciar la palabra maldita?: el trabajo. No el trabajo asalariado, por supuesto. Tenemos quizás ya demasiados profesionales a sueldo de las instituciones de la política y el sindicalismo a nuestro alrededor. Profesionales que no hacen otra cosa que apuntalar nuestra pasividad. El trabajo asalariado, ciertamente, puede ser una maldición. Pero el otro trabajo, el que uno realiza voluntariamente, seriamente, consigo mismo y los demás, para poner en acto las propias capacidades productivas, no sólo no ha de ser maldito sino que es absolutamente imprescindible para practicas la autodeterminación de las subjetividades sometidas y, tendencialmente, antagonistas.

Así pues, a las fuerzas que tratan de desposeernos de los beneficios largamente logrados por las luchas de clases pretéritas (la Seguridad Social, la educación, la sanidad, etc.) sólo podemos oponer nuestro trabajo libre y vivo, Nuestra productividad y creatividad individuales y colectivas. Para ponerse en ese camino, el texto que tienes en tus manos es el tablón que algunos ponemos a la vista de la asamblea.

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