Kropotkin A los jóvenes

 

PEDRO KROPOTKIN:

A LOS JÓVENES

 

«A los jóvenes» apareció por primera vez en el año 1880, dentro de una serie de artículos publicados en Le Revolté. Cinco años después se incluyó en Parole d’un révolté (Palabra de un rebelde). En España se publicó como folleto por entregas en 1888 y en una edición en La Idea Libre (Madrid, 1895).
Kropotkin elabora un proyecto social anarquista y, por encima de todo, comunitario: «De cada cual según sus fuerzas, a cada cual según sus necesidades». El proyecto de Kropotkin, que más tarde se llamó «comunismo libertario», también tuvo que vencer resistencias entre los propios anarquistas, atraídos por el programa «colectivista» de Bakunin, entre otros.
De la lectura de sus textos, enseguida observamos sus impulsos morales humanitarios y solidarios. A los jóvenes es uno de sus más significativos panfletos, en el que predominan los criterios sentimentales y morales sobre los científicos: en la sociedad burguesa no hay posibilidad de desarrollarse como profesional, como científico ni como artista. Sólo la revolución ofrece un auténtico «ideal», que transforme la vida, la ciencia y el arte. En este panfleto abundan las llamadas al valor, la audacia, el espíritu de rebeldía o independencia. Reproducimos un extracto tomado de la edición que preparó J. Álvarez Junco para la editorial Ayuso.

 


A los jóvenes. A estos me dirijo; que los viejos (los viejos de corazón y de espíritu, entiéndase bien) no cansan sus ojos leyendo lo que no ha de afectarles en nada.

Supongo que tienes dieciocho o veinte años, has terminado tu estudio o aprendizaje y estás entrando en la vida; supongo también que tu inteligencia se ha liberado de la superstición con que han pretendido atrofiarla tus maestros; que no temes al demonio y que haces oídos sordos a los sofismas de los partidarios del oscurantismo; en una palabra, que no eres de esos desdichados engendros de una sociedad decadente que sólo se preocupan de la línea de sus pantalones o de lucir su figura de monos sabios en los paseos y que, desde su juventud, lo único que tienen es una insaciable ansia de placer a cualquier precio... Por el contrario, te juzgo inteligente y, sobre todo, de buenos sentimientos.

La primera cuestión que se plantea a tu inteligencia es esta: «¿Qué voy a ser?» Te lo has preguntado muchas veces. Verdaderamente, cuando se está en esa temprana edad no se piensa en hacer mal alguno. Después de haber estudiado una ciencia o un arte –a expensas de la sociedad, nótese bien- nadie piensa en utilizar los conocimientos adquiridos como instrumento de explotación y en exclusivo beneficio personal, y muy depravado por el vicio debe estar el que no haya soñado alguna vez en ayudar a los que gimen en la miseria y en la ignorancia. Has tenido ese sueño, ¿no es verdad? Pues estudiemos el modo de convertirlo en realidad.

No sé la posición social que ha precedido a tu nacimiento; quizá, favorecido por la suerte, has podido adquirir conocimientos científicos y eres médico, abogado, literato, etc.; si es así, ante ti se abren vastísimos horizontes y se te ofrece un porvenir sonriente. Si, por el contrario, eres hijo de trabajadores, sólo tienes los limitados conocimientos aprendidos en la escuela; pero tienes la ventaja de saber de primera mano lo que son el dolor, las privaciones y el trabajo.

Detengámonos en el primer caso. Supongamos que has recibido una educación científica, por ejemplo Medicina. Vas a ser, pues, médico. El día de mañana, un hombre de manos callosas, vestido con una blusa obrera, vendrá a buscarte para que asistas a una enferma, conduciéndote a casa de la paciente por una interminable serie de callejuela, cuyas casas respiran pobreza. ¿Qué le recetarás a la enferma, doctor? Al primer vistazo has comprendido que allí reina la anemia general; ¿le recomendarás carne, aire puro, ejercicio en el campo, una alcoba seca y bien ventilada? ¡Qué ironía! Si hubiera podido permitirse todo esto, lo hubiera hecho sin esperar tu consejo.

Y eso no es todo. Si tu exterior revela honradez y bondad, te referirán otras historias igual de tristes. ¿Qué les vas a decir a todos estos enfermos? Seguramente te gustaría recomendarles cambio de aire, un trabajo menos agotador, ... Pero no puedes, y abandonas aquellas catacumbas con el corazón angustiado. Al día siguiente, y cuando todavía no has desechado la preocupación de la víspera, tu compañero te dice que ayer vino un criado para que fueras a visitar al propietario de una casa elegante, donde estaba enferma de insomnio una señora cuya vida está consagrada a pintarse, hacer visitas, ir de baile y discutir con su estúpido marido. Tu compañero le ha recetado más tranquilidad, comida más digestiva, paseos al aire libre... Una muere porque ha carecido de alimento y descanso durante toda su vida y la otra sufre porque nunca ha sabido lo que es trabajar.

Si eres uno de esos seres sin personalidad, que se adaptan a todo, te irás acostumbrando gradualmente a estos contrastes y no pensarás sino en elevarte al nivel de los que viven bien para evitar tener que rozarte en lo sucesivo con los desgraciados. Pero si, por el contrario, eres un Hombre; si tus sentimientos dirigen tu voluntad, volverás a casa diciéndote: «Esto es injusto, esto no puede continuar así por más tiempo. No es suficiente curar las enfermedades, es necesario evitarlas. De otro modo, la profesión de médico sólo es un engaño y una farsa.» En ese mismo instante comprenderás el socialismo y sentirás ganas de conocerlo bien.

Supongamos ahora que has terminado tu carrera de Derecho. Quizá entonces pienses: «¿Hay algo más elevado que dedicar mi vida a una lucha tenaz contra la injusticia y aplicar mis facultades al triunfo de la ley, que es la expresión de la justicia suprema?» Comienzas el trabajo de tu vida confiado en ti mismo y en la profesión que has elegido. Como careces de experiencia propia, recurramos a las crónicas judiciales para encontrar hechos reales que te ilustren.
Por ejemplo, cuando se hayan declarado en huelga los trabajadores sin el aviso legal preceptivo, ¿a qué lado te inclinarás? ¿A favor de la ley, o sea, del patrón que, aprovechándose de un periodo de crisis, ha conseguido ganancias fabulosas, o contra la ley y en defensa de los trabajadores, que durante todo ese tiempo sólo han percibido un pequeño jornal y visto morir de hambre a mujeres e hijos? ¿Defenderás esa ficción que consiste en afirmar la libertad contractual o mantendrás la equidad de lo que es un contrato leonino?

Si razonas, en vez de repetir lo que se te ha enseñado; si analizas la ley y apartas de ella esas nebulosas ficciones con que se ha envuelto a fin de ocultar su verdadero origen, que es el derecho del más fuerte, y su contenido, que ha sido siempre la consagración de todas las tiranías. Si comprendes todo esto, sentirás un profundo desprecio por la ley y entenderás que servir a la ley escrita es una monstruosidad que te coloca diariamente en oposición con la ley de la conciencia. Y como esa lucha no puede ser eterna, tendrás que silenciar tu conciencia y decidirte a ser un miserable, o romperás con la tradición y vendrás a nuestro lado a trabajar por la completa destrucción de esta injusticia económica, social y política. Entonces serás un socialista, serás un revolucionario.

Y tú, joven ingeniero, que has soñado mejorar la suerte de los trabajadores aplicando los descubrimientos científicos a la industria, ¡qué tristes desengaños te esperan! Dedicas la juvenil energía de tu inteligencia a la formación de un proyecto de ferrocarril. Una vez comenzada la obra, ves masas de obreros diezmados por las privaciones y las enfermedades, trabajando en el húmedo túnel; verás avanzar cada metro de la línea dejando cadáveres humanos en la cuneta, como resultado de la insaciable ambición de los empresarios.

Si has dedicado la flor de tu juventud a perfeccionar un invento que simplifique la producción. Las consecuencias primeras de tu adelanto las sufrirán los trabajadores. Mil, veinte mil, serán despedidos de las fábricas y reducidos a la miseria. Esto no es paradójico. Estudiados los recientes adelantos industriales, resulta que la costurera, por ejemplo, no ha ganado nada con la invención de la máquina de coser. Si discutes, pues, los problemas sociales con esa independencia de criterio que te ha guiado en las investigaciones técnicas, deducirás necesariamente que, bajo el dominio de la propiedad privada y del régimen del salario, todo invento, lejos de aumentar el bienestar del obrero, hace más pesada su cadena, más degradante su trabajo, disminuye el tiempo de ocupación y sólo viene a añadir comodidades a la clase de los satisfechos.

Ahora bien: cuando te hayas convencido de esta gran verdad, ¿qué harás? ¿Estarás entonces en el campo de los explotadores? ¿O bien obedecerás los impulsos del corazón, que te dice: «No, no es este el momento de los inventos; trabajemos primero por transformar el modo de producción.» Y no temas por la ciencia: esta, como la libertad, no puede perecer, y no perecerá en manos de los trabajadores.

Llegados aquí, se vuelve a presentar inevitablemente la pregunta: ¿Qué hacer? La respuesta es fácil: deja el medio en que estás colocado y en el que es habitual hablar del pueblo como de un puñado de brutos; ven a mezclarte con ese pueblo y la contestación surgirá por sí sola. Encontrarás que en todas partes, allí donde hay una clase privilegiada y otra oprimida, está en marcha un gran movimiento de los trabajadores cuyo objeto es romper para siempre la esclavitud impuesta por el capitalismo y poner los cimientos de una sociedad establecida sobre los principios de justicia e igualdad.

Pero cuando uno se dirige a aquellos que han sufrido los efectos del dominio de la burguesía, ¡cuántos prejuicios de vencer!, ¡Cuántas objeciones interesadas que desechar! Hoy es fácil ser breve al dirigirse a vosotros, jóvenes del pueblo. La fuerza misma de las cosas os impele a ser socialistas, por poco valor que tengáis para razonar y obrar. Salir de las filas del pueblo y no dedicarse al triunfo de la revolución es desconocer los verdaderos intereses en juego y abandonar su causa y su verdadera misión histórica.

Y a ti, ¿qué suerte te espera? Pero ¿es que vas a arrastrar la misma desgraciada existencia que arrastraron tus padres durante treinta o cuarenta años? ¿Te destruirás trabajando para ser víctima de la miseria cuando sobrevenga una de esas crisis que por desgracia son tan frecuentes? ¿Es esa la clase de vida a la que aspiras? Tal vez te das por vencido. Perfectamente. En tal caso, la vida misma te enseñará a golpes.

Entonces comprenderás cuán repugnante es esta sociedad; reflexionarás sobre las causas de estas crisis, y el examen llegará hasta el fondo mismo de esta abominación que pone a millones de seres humanos a merced de la brutal ambición de un puñado de explotadores; entonces comprenderás que los socialistas tienen razón al decir que nuestra sociedad actual puede y debe ser reorganizada de pies a cabeza.

Y vosotras, mujeres del pueblo, ¿no pensáis en la suerte que le espera a vuestro hijo si no cambian las actuales condiciones de la sociedad? ¿Queréis que estén a merced del primer advenedizo que herede de sus padres el capital con que explotarlos? ¿Os avendréis a que sigan siempre esclavos? ¡No, nunca! Sé que se os ha encendido la sangre al oír que vuestro marido, después de entrar en una huelga lleno de entusiasmo y decisión, ha terminado por aceptar las condiciones dictadas por el orgulloso burgués en tono despectivo. También vosotras concluiréis por reuniros con los que trabajan por la conquista del porvenir. (Nota. Kropotkin superó de manera asombrosa la educación aristocrática y bélica que había recibido, pero todavía se vislumbran algunas referencias propias del machismo, como las que acabamos de leer).

Cada uno de vosotros, pues, jóvenes honrados, hombres y mujeres, trabajadores del campo y de las fábricas, artesanos y soldados, comprenderéis cuáles son vuestros derechos y os vendréis con nosotros, a fin de luchar con vuestros hermanos por esa revolución.

Que no se diga que nosotros, por ser un grupo poco numeroso, somos demasiado débiles para conseguir el magnífico fin a que aspiramos. 

¡Ahí! Todos juntos, los que sufrimos y somos insultados diariamente, formamos tal multitud que ningún hombre pudo contarla; somos el Océano, que lo abraza y lo invade todo. Nos basta querer para que se haga la justicia y todos los tiranos de la tierra muerdan el polvo. Nos basta querer que la revolución social acabe con todas las infamias y todos los privilegios.


Aparecido en Contramarcha Nº 24

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