PREMIOS DEL XI CERTAMEN DE RELATO BREVE RAIMUNDO ALONSOUN METRO DE 350 PALABRAS

Los relatos premiados en el Certamen de este año 2013 han sido los siguientes:

PRIMER FINALISTA: “Furia de Titanes”, Elena Diego-Madrazo Zarzosa.

SEGUNDO FINALISTA: “Tampoco ellos se lo creían”, Jesús Miguel González Lanáquera.

TERCER FIANALISTA: “Sólo se escucha la lluvia”, Anïas Montero López.

CUARTO FINALISTA: “Próxima parada: Memoria”, Juan Nebreda Torres.

QUINTO FINALISTA: “Siguiente parada”, Cristina Regodón Fuentes.

Publicamos a continuación los relatos finalistas:

 

Primer Finalista:”Furia de titanes”, de Elena Diego-Madrazo Zarzosa

 

Príncipe Pío, línea 6. El tren entra en la estación. Me estiro intentando sobrepasar las cabezas que llenan el vagón y que me impiden ver cuál es la situación en el transbordo a la línea 10.

La apariencia es de tranquilidad. El último convoy se acaba de ir y el siguiente se anuncia a cuatro minutos. Hoy parto con ventaja.

Me sitúo. Hago lecturas de las distancias métricas pintadas en las paredes del túnel, y busco mi referencia, P203, la puerta abre aquí, el suelo, más desgastado en este espacio de apenas metro y medio, lo demuestra. Aquí nos agolpamos, nos medimos y nos rozamos, esto en el mejor de los casos, ya que en ocasiones el rozamiento, por su dureza, podría calificarse como agresión.

Dos minutos.

Un torrente de viajeros se desborda por las escaleras y pasillos. Vienen de los autobuses que los traen de la periferia. Desfilan por el andén. Observo mi posición, cubro bien los flancos y… ¡crezco!, hinchándome cual fiera lista para el ataque. Estoy en primera línea y rodeada.

El panel anuncia que el tren va a efectuar la entrada en la estación. Recibo el primer aviso por la izquierda. Un roce leve. Me giro, busco a mi rival y nos medimos con la mirada. Los que nos rodean hacen lo propio, todos sabemos de qué va este juego. No puedo despistarme, cualquier flaqueza será aprovechada por mis rivales. Todos los sentidos en alerta, preparados para una respuesta rápida.

La corriente de aire precede a la luz y al sonido del tren, y en esos breves momentos de estruendo, paradójicamente, se oye el silencio.

El tren entra y se estaciona. Abre las puertas. Estoy en el centro, hoy saldré victoriosa. Entro al vagón apoyándome en mi pie izquierdo…pero ¿Qué ocurre? Me adelantan por la derecha, los de atrás aprovechan para empujar, el rival más directo, el de la izquierda, irrumpe con su mochila, propinándome un golpe que le hace vencedor del desafío de unos minutos atrás. Pierdo los nervios, descontrolo la situación, ME QUEDO SIN ASIENTO.

Correlimos menudo

Segundo Finalista: “Tampoco ellos se lo creían” de Jesús M. González Lanáquera.

-Antiguamente pasaban cosas muy raras en el metro. La más extraña de todas fue cuando se metió un elefante en el túnel.

-¿Un elefante en el túnel?

-Como lo oyes. Fue antes de la guerra. El primer tren que abría servicio desde Ventas se lo encontró una mañana entre Retiro y Banco de España. El conductor y el jefe de tren se llevaron un susto tremendo, imagínate.

-¿Pero cómo puede meterse un elefante en el túnel?

-Esa es la misma pregunta que se hicieron entonces los ingenieros y los jefes de la Compañía.

-Pues yo no me lo creo.

-Tampoco ellos se lo creían. Pero allí tenían al elefante.

-Bueno, supongo que se trata de una leyenda urbana.

-Para nada. Mi abuelo era el jefe de estación de Banco cuando sucedieron los hechos. El jefe de tren y el conductor llegaron a su cabina gritando despavoridos. Mi abuelo les sentó en unas sillas y les vertió el agua helada del botijo en la cabeza, para que se despejasen y dejaran de ver visiones. Apestaban a brandy. Entonces se bebía mucho en el metro, de buena mañana, ya sabes.

-Luego estaban tocados.

-Quizá, pero de todos modos en el túnel había un elefante, ese era el verdadero problema, y no el otro. Porque el paquidermo no podía evaporarse aunque ellos hubieran sido abstemios.

-¿Y en qué quedó la cosa?

-Encendieron las luces del túnel y vieron los tres al animal. Y entonces mi abuelo hizo un disparate: telefoneó a la taquillera de Retiro, en donde estaba la Casa de Fieras, para preguntarle si había visto entrar a un elefante. Esta le respondió que sí, y que el bicho había sacado su billete hasta Quevedo. Mi abuelo encajó mal la broma y ella le mentó a su madre, es decir, a mi bisabuela.

-¿Y vio alguien más al elefante?

-Los jefes de la Compañía, pero ya lo vieron muerto. Seguramente estaba enfermo. Era costoso y complicado sacarlo del túnel, de modo que lo depositaron en una antigua galería en desuso que luego cegaron con ladrillo. Así me lo contó mi abuelo.

Tercer Finalista SÓLO SE ESCUCHA LA LUVIA de Anaïs Montero López

Sólo se escucha la lluvia. Permanece sentada al borde de la escalera, sosteniendo entre los dedos un cigarro a medio fumar, sosteniendo en el pecho un alma a medio romper. Siente enlazado a su muñeca el reloj, que hace «tic», pero no llega al «tac». Como su corazón que hace sístole, pero no llega a diástole. Ni puede salir de su recuerdo, ni debiera estar dentro de él. Ni ama, ni deja de amar. El frío colorea de rojo sus mejillas y la punta de su nariz, como señal de que el invierno está a punto de aterrizar sobre ella. Sus ojos, vidriosos, miran sin ver, expresando únicamente vértigo, ya que en ese instante es lo único que puede sentir. A estas alturas, lo único que le apetece es escuchar una canción de tempo lento y piano triste para sentir la carne viva de su alma arder. La gente pasa por su lado, subiendo y bajando las escaleras, y aún así siente que está completamente sola en el mundo. No puede volar porque alguien le arrebató sus alas y las desplumó, no puede soñar porque hoy en día, los sueños son caros y cada vez más difíciles de cumplir. Lo único que puede hacer es quedarse sentada en la escalera de una parada de metro cualquiera, en cualquier lugar oscuro de Madrid. Tiene que ir a algún sitio, pero ni siquiera recuerda adónde. Da una última calada a aquel cigarro que apenas tiene ya sustancia que consumir, y mientras mezcla los recuerdos con el humo que irrumpe de la figura de sus labios, se pone en pie y decide bajar la escalera. Al cruzar la puerta, la oleada de aire caliente que le estalla en la cara, hace que todos los pensamientos que hace un minuto estaban con ella en aquellos escalones, desaparezcan por completo, dejando un vestigio amargo en su pecho. Y así acaba la historia de una persona cualquiera, que se subió a un tren cualquiera y que, como el resto, pasó desapercibida entre la multitud de pasajeros que coincidieron allí. Mientras tanto, sólo se escucha la lluvia.

Cuarto Finalista PRÓXIMA PARADA: MEMORIA de Juan Nebreda Torres.-

 

Llovía aquella mañana en la que tres obreros removían tierra junto a una estación de metro, en la que se iba a instalar un ascensor que descendiera hasta el andén. Allí, como todos los días, sentado en un banco próximo, un abuelo leía el periódico. De cuando en cuando, se entretenía observando a los trabajadores acometer su faena, recordando la propia cuando apenas contaba con quince años de edad.

Eran otros tiempos.

Pero aquel día gris, entre escombros, apareció un trapo extraño, viejo y desgastado. Uno de los obreros dijo:

“Parece una toalla”.

Otro lo desmintió:

“Es imposible. La tela es más fina. Tal vez un mantel”.

El último corrigió a los anteriores, diciéndoles:

“Es una bandera. Pero no sé de dónde”.

El abuelo miraba la escena sin dar crédito. Se incorporó, fue hasta ellos y les dijo:

“Si vosotros supierais lo que significa esta bandera…; si vosotros comprendierais qué es esta franja morada…; si os hubieran enseñado a querer lo que ella representa, no consentiríais lo que os hacen, no permitiríais que jugaran con la educación de vuestros hijos; tampoco con la salud de vuestros padres. Creedme si os digo que no pararíais hasta recuperar la dignidad de vuestros abuelos. Porque ellos, los que os pagan, los que os mandan, ganaron el día que consiguieron que obreros como vosotros no reconocieran siquiera estos colores”.

Y se marchó.

En silencio, dos obreros retomaron la faena. Otro miró a su alrededor, tratando de digerir lo que acababa de escuchar. De la boca del metro salía una chica con una camiseta verde para defender la educación pública. Un hombre de mediana edad, que caminaba en dirección opuesta, dejaba ver una pegatina de “Stop Desahucios” sobre su pequeña maleta. En el cielo, un helicóptero de la policía vigilaba una manifestación cercana, en defensa de la sanidad para todos.

Arreció la lluvia. Aquella gente sacó sus paraguas. Todos llevaban uno diferente, pero todos buscaban lo mismo. Que el agua no borrara los valores de aquella bandera. Y muchos, como aquellos obreros, aún no se habían dado cuenta.

Quinto Finalista: “Siguiente Parada” de Cristina Regodón Fuentes

Demasiado pronto para empezar, yo quería seguir con ella, en la cama, desayunar tranquilamente y despedirnos. Pero no podía ser. El trabajo de superhéroe tenía que empezar.

Primera parada, poca gente sube, me fijo en las caras, iguales que la mía, con sueño, y pienso que gracias a mi estas personas se trasladan a donde tienen que ir. Soy un superhéroe, pongo en marcha el metro de nuevo y entramos en el túnel, aquel que ya conozco desde hace años, por el que paso varias veces al día, sin ver más luz que la del final.

Siguiente parada, es mas tarde y la gente se agolpa para entrar, por el espejo veo músicos montando clandestinos en los vagones, hombres con el móvil sin parar de hablar, dos chicas con carpetas que deben ir a la facultad y el chico al que las puertas cierran con la mochila en medio, me río por dentro y vuelvo a abrir las puertas y desaparece la mochila de mi campo de visión. Cierro.

Llegamos a mi parada preferida, la de mi casa, en la que yo me suelo bajar mientras otro superhéroe me trasporta. Y la veo, ella a mi no, la veo con otro. Normal, no teníamos nada serio. Pero me recorre por el cuerpo un escalofrió molesto. Esperan al pitido para entrar pero cierro rápidamente, y miran hacia el primer vagón, como suplicantes para que les abra, pero no, no vais a coger mi metro, esperáis al siguiente que total son cinco minutos y así podéis estar más tiempos juntos. Os lo regalo.

Y sigo, con una sonrisa en la cara, siguiente parada, oscuridad y luz al final del túnel…

 

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